Citroën y la aventura: rumbo a lo desconocido
Citroën y la aventura forman un tándem indisociable desde los primeros días de la marca. Para una firma nueva como Citroën, lanzarse a realizar hazañas y cruzar tierras vírgenes era el mejor modo de afianzar su imagen y de dotar de un aura de fiabilidad e imbatibilidad a su gama de vehículos.
Las inhóspitas tierras del Sahara, que hasta entonces ningún automóvil había logrado atravesar, ofrecían un terreno idóneo para poner a prueba la mecánica y la tecnología de la marca. Para asegurar su éxito y adaptarse a la perfección a los terrenos más difíciles, André Citroën contrató a Adolphe Kegresse, un ingeniero militar francés que había estado al servicio del zar de Rusia y que había patentado un sistema que convertía a los vehículos en semiorugas capaces de enfrentarse sin problemas a las condiciones de la estepa.
Confió la dirección de esta aventura a su hombre de confianza, Georges-Marie Haardt, que además de ser Director General de Citroën había acumulado experiencia en vehículos blindados durante la Primera Guerra Mundial. A su lado, Louis-Audoin-Dubreuil que sumaba a su experiencia bélica en unidades de tanques su condición de piloto de guerra y un gran conocimiento del Norte de África, como oficial de las fuerzas coloniales francesas, en las que estuvo a cargo de los vehículos en expediciones como la Saoura-Tidikelt, en 1919. Un equipo de éxito, clave tanto en la travesía del Sahara como en los Cruceros Negro y Amarillo.
Tras varios meses de preparativos, un equipo de 10 hombres y 5 vehículos Citroën-Kegresse, basados en el recién lanzado Citroën B2 10 HP, toman la salida en el oasis de Touggourt, Argelia...